domingo, 25 de octubre de 2009

El infame corporativismo del mundo del cine

(El País. 29 de septiembre del 2009).

Como si todos los numerosísimos profesionales del cine que han firmado el manifiesto de apoyo al realizador Roman Polanski se hubiesen encontrado hace 30 años en el lugar de los hechos por los que se acusa formalmente a éste, han alzado su voz con energía y seguridad dignas de mejor causa para poner a parir a la Justicia de los EE.UU. y, ojo, también a la suiza, que, como todos sabemos, es de las menos fiables y serias del mundo, propia de un régimen populista, vaya.


Y no olvidemos que este ancianito, como le presentan ahora sus amiguetes, es el tipo que ha dicho en sus memorias que el famoso asesinato de su novia, Sharon Tate, en 1969 a manos de la secta que lideraba Charles Manson, le afectó tan profundamente que tardó un mes en volver a follar con alguien...


Ah, que estos hechos no deben convertirse en una cuestión personal ni subjetiva, en un enjuiciamiento moral, sino que se refiere a los derechos fundamentales de un hombre que debe ser tratado con seguridad jurídica y al que se le está persiguiendo inquisitorialmente por un delito que debiera haber prescrito o mediante un proceso penal que debiera haber caducado hace ya muchos años.


Entonces, ¿por qué se intenta presionar y deslegitimar a dos sistemas judiciales democráticos como el norteamericano y el suizo, que saben un poco más de aplicación de leyes que un grupo de amigos o colegas de profesión?


Y es que ya se sabe, cuando presuntamente delinque un artista (y a éste llevan persiguiéndolo unos cuantos años ya...) es más disculpable que cuando lo hace un yonqui. Aquél tiene la disculpa de la libertad creadora, contra la cual cualquier obstáculo que se interponga sólo puede proceder de sistemas políticos inquisitoriales, mientras que el drogata que lo hace por pura desesperación no es más que un puto desgraciado que no va a perder mucho porque se pase una temporada recogidito entre los de su clase en un internado con horarios, en la cárcel.


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