domingo, 10 de mayo de 2009

Perdidos (Lost): más allá de misterios ingeniosos.



Desde hace un tiempo, un par de temporadas en la periodización particular de las series de televisión, no se dejan de oír opiniones conmiserativas sobre la deriva de una de las que más pasiones ha levantado en los últimos tiempos como es Perdidos (Lost), en el sentido de que está perdiendo interés, que no se sabe hacia dónde se quiere dirigir el argumento, que si se sigue viendo es por la inercia de haber visto las anteriores temporadas y querer satisfacer la necesidad lógica de averiguar cómo se resuelve la complicada y original madeja que en ellas se fue trabajosamente configurando, etc.

En esas opiniones se revela el auténtico interés que en su momento despertó la serie en tantos espectadores, es decir, el juego de misterios, suspense y sorpresas a golpe de efectos que el planteamiento de la historia, como un puzzle de trozos de información ofrecida desordenadamente desde un punto de vista temporal, a imagen y semejanza de un procedimiento ya prolijamente utiizado por numerosas largometrajes en los últimos 15 años (Reservoir dogs, Amores perros, Pulp fiction o 28 gramos), generaba como enganche de la audiencia. Y de ahí no pasaba, con lo que la atracción no era en realidad tan fuerte como de su seguimiento podía deducirse.

Sin embargo, Perdidos (Lost), era y es mucho más que eso. Su interés, tremendo interés, no radica sólo en su carácter de entretenimiento ingenioso basado en una historia atractiva puesta en pantalla según una estructura no tan orginal como puedan pensar muchos adolescentes y otros espectadores habituales de televisión pero poco cinéfilos; sino que estriba tanto o más, aunque de una forma no tan aparente, en la especial y conseguida intensidad que sus realizadores han sabido conferir a sus imágenes, especialmente cuando de mostrar a sus personajes se trata. La factura de la serie no es la de un producto televisivo al uso, sino la de cine con mayúsculas, en donde importa casi cada fotograma y la densidad de las imágenes es muy superior a la habitual ligereza de las de la televisión comercial, hablando por ellas mismas mucho más que poniendo en boca de los personajes triviales conversaciones.

Y curiosamente, en este aspecto destaca especialmente, de entre un grupo de personajes apasionante, de una forma notoriamente paradójica, el que en un primer momento (durante las dos o tres primeras temporadas) parecía el más tópicamente protagónico, en la medida en que, además de aparecer más en pantalla, representaba el típico papel de líder del grupo accidentalmente formado, carismático para sus compañeros de desventuras en la isla y atractivo para numerosos espectadores: Jack Sheppard. El seguimiento apasionado que de él hace la cámara durante los flash backs que dedican sus creadores a su vida previa a la isla en los Estados Unidos, para mostrar sus problemas con su padre y, especialmente, con la paciente a la que salva la vida y acaba siendo su frustrada esposa, no tiene precio, es materia audiovisual que perdurará por encima de la resolución más o menos ingeniosa que se dé definitivamente a los misterios de la isla y más allá del éxito que ello haya reportado a sus creadores y productores.